La celebración de las elecciones autonómicas en Cataluña nos ha mantenido durante semanas con una gran inquietud. Preocupaba advertir el incremento de la crispación, las declaraciones malintencionadas y equívocas que no explicaban los peligros de una quiebra constitucional, las consecuencias de dar un portazo al proyecto europeo, los riesgos de la inseguridad jurídica y financiera que devendrían si se persistía en la ceguera de retroceder a otros siglos con un nacionalismo excluyente. Pasado el domingo, los resultados nos permiten inspirar un poco de aire para seguir… seguir atentos porque la situación continúa siendo muy complicada.
Hemos superado algunos obstáculos. Porque los números, y no las declaraciones pueriles o sin sentido de quienes siempre se creen ganadores de todos los combates, nos conducen a varias consideraciones. La primera que, quienes convocaron las elecciones para conseguir un suficiente apoyo popular con el que pretender explicar su salida del marco constitucional y de la Unión Europea, no han visto ratificadas sus expectativas. Los dos aglomerados de partidos políticos y movimientos que se presentaron llamando la atención sobre ese desvío hacia el precipicio no han cosechado ni dos millones de votos de los más de cinco coma tres millones de posibles votantes. En términos porcentuales han alcanzado un 36,82%. Incluso, si no se consideran a todas aquellas personas que no acudieron a votar, a quienes votaron en blanco o realizaron un voto nulo (¡y son votantes a los que hay que respetar!), el porcentaje es inferior al cincuenta por ciento. Es cierto que la peculiar forma de atribuir escaños otorga a esos dos conglomerados una mayoría en el Parlamento. Veremos cómo actúan esos diputados electos que, no habiendo conseguido su objetivo, que era en lo único en lo que coincidían, deben tratar ahora de ponerse de acuerdo en otros aspectos.
Hay que tener en cuenta, además, que prácticamente todas estas formaciones han perdido votos y representatividad con relación a las Asambleas anteriores. Convergencia ha reducido en mucho sus escaños y también los Republicanos. Solo en esta amalgama el partido CUP ha incrementado el número de diputados. Pero no parece fácil que unos y otros se pongan de acuerdo para ejercer de manera coordinada las funciones de Gobierno.
Igualmente han mermado su representación otros partidos políticos como el Popular o el Socialista. ¿Será ello una muestra del alejamiento de los votantes cansados ya de tantos casos de corrupción y de la falta de asunción de una mínima responsabilidad política? A mí me gustaría pensarlo. Presentir que la pérdida de adhesión a los partidos políticos involucrados en graves casos de corrupción (además de los que tienen incidencia en otras regiones como el Gürtel o los “Eres” de Andalucía): el caso Palau, el Pallerols, las comisiones en las adjudicaciones de los contratos, las donaciones irregulares a sus fundaciones y otros bochornosos sucesos que generan un largo etcétera, han originado ese cambio de opción política. Sería una buena señal que los electores comprendieran que su derecho de voto tiene importancia y que conlleva aparejadas algunas obligaciones. Entre ellas, la de exigir responsabilidad a los dirigentes políticos por su gestión.
Y es que ha sido el partido que se ha presentado explicando que quiere regenerar la vida política, el partido C’s, el que más ha crecido en representación. Un incremento que le permite intentar -a pesar de contar con solo 25 diputados- plantear la formación de un Gobierno de transición para atender a tantas necesidades acuciantes de la sociedad que vive en Cataluña. Urge esforzarse pues no faltan asuntos que reclaman mejoras: la atención sanitaria y hospitalaria, el cuidado de las personas dependientes, el impulso a la educación, el adecuado control del gasto público y la reducción de la deuda pública, la culminación de infraestructuras públicas… Y, sobre todo, restañar tantas heridas y destrozos que algunos delirios han generado.
En otros países europeos no extraña que tras las elecciones las fuerzas políticas se sienten a precisar compromisos concretos de mejora de los servicios públicos. Es una ilusión soñar con esos comportamientos que responden a una madurez democrática. No obstante, ahora los nuevos representantes públicos del Parlamento catalán tienen una ocasión para retomar con sensatez el discurso político. Podrían aprovechar la oportunidad para aunar esfuerzos y trabajar despiertos en los muchos desafíos europeos de este siglo XXI. La situación es compleja. En fin, al menos nos hemos despertado por un momento de la pesadilla del conflicto.
(Publicado en Expansión el día 29 de septiembre de 2015).